Mi sombra en imagen

|
.
Un matrimonio anciano que desea tener un hijo consulta a una comadrona, que les aconseja que antes de dormir arrojen bajo la cama el agua con el que han lavado los platos. A la mañana siguiente descubren bajo la cama una flor con dos capullos, uno blanco y le otro negro, y los recogen a ambos.
Al cabo de unos meses la comadrona vuelve a ser llamada para asistir al parto. Lo primero que aparece es una lagartija viscosa que la comadrona, con el beneplácito semiconsciente de la madre, arroja por la ventana.

Unos instantes después nace un hijo robusto y hermoso al que todos aman. Tanta admiración despierta que llega a prometerse en matrimonio con la hija del Rey.
Mientras tanto, el Dragón también va creciendo en secreto añorando a su hermano y a su familia, a quienes roba para poder seguir vivo y mantenerse caliente. De este modo el Dragón termina desarrollando un carácter agrio, malhumorado y rencoroso.

Cuando, el día de la boda el príncipe sale del castillo, su carruaje debe detenerse súbitamente porque un gigantesco Dragón le corta el paso revelando que es su hermano perdido hace tiempo y le pide que le encuentre una novia o, en caso contrario, jamás volverá a ver a su prometido. Entonces, comienza el difícil proceso -que durará varios años- de encontrar una mujer que esté dispuesta a pasar toda una noche con el Dragón en una habitación.

El punto crítico del relato reside en la escena en la que el Dragón sale de la oscuridad, declara su procedencia y reclama una muchacha que sea capaz de “amarle” tal como es. Hasta ese momento el Dragón se ha visto condenado a vivir como un criminal y un descastado. Ahora no quiere renunciar a ser como es. Ahora es una materia prima que quiere entrar en una habitación especial –el Vaso Hermético- y llevar a cabo un proceso alquímico que culmine en la forja de su alma. Solo reconociéndose a si mismo y reclamando lo que necesita podrá ser amado y disponer de un lugar en el mundo. Pero esto precisa mostrarnos a plena luz del día y reconocer los “sentimientos extraños” y los “deseos insanos” que nos abruman es lo que tanto los delincuentes como los buscadores de chivos expiatorios nos negamos a hacer. En la medida en que “nos neguemos a experimentar esto” seguiremos enclaustrados, escondidos y seremos como decía Goethe .

Tenemos miedo a ser capturados, a quemarnos (con el aceite), a nuestro Dragón oculto y a tomar conciencia de nuestra necesidad más desagradables. Es por ello que la mayoría de nosotros pretendemos ser absolutamente buenos. Sin embargo, ser bueno no es suficiente.

Casi todos creemos en la transformación, la muerte y el renacimiento –auspiciado por Hermes/Mercurio- pero no estamos dispuestos a afrontar la muerte. Queremos ser cambiados, queremos tener una “nueva imagen” pero no estamos dispuestos a sufrir las incomodidades, las molestias y el desequilibrio que necesariamente a todo cambio integra.

(Parte de un seminario del año pasado de Isaac Jauli Dávila)

0 comentarios: