"Aurora"

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14. Significación de la locura en la historia de la humanidad.

Si a pesar del formidable yugo de la moral de las costumbres, bajo el cual han vivido todas las sociedades humanas, se durante millares de años antes de nuestra era, y después en el curso de ella hasta los días actuales (y no se olvide que habitamos un mundo pequeño excepcional y, en cierto sentido, la peor de las zonas), las ideas nuevas y divergentes y los instintos de oposición han renacido siempre, fue porque se hallaban bajo la égida de un salvoconducto terrible. Casi siempre ha sido la locura quien ha abierto camino a las nuevas ideas, quien ha roto el valladar de una costumbre o de una superstición venerada. ¿Comprendéis por qué fue necesario el concurso de la locura? ¿Por qué fue necesario algo que fuese tan aterrador y tan indefinible, en la voz y en los gestos, como los caprichos demoníacos de la tempestad y del mar; algo que fuera a la vez digno de temor y respeto; algo que llevase, cual las convulsiones y los espumarajos del epiléptico, el sello visible de una manifestación absolutamente involuntaria; algo que parece imprimir al enajenado el sello de una divinidad, de la que él parece ser máscara y portavoz; algo que inspirase hasta al mismo promovedor de la idea nueva, veneración y temor de sí mismo en vez de remordimientos y le impulsara a ser el profeta y el mártir de aquella idea? Aunque ahora se nos dice a cada paso que el genio tiene algo de locura, los hombres de antaño estaban mucho más inclinados a la idea de que en la locura hay un principio de genio y de sabiduría, algo divino, como se decía al oído. A veces se expresó esta idea bien claramente. “La locura ha derramado los mayores beneficios sobre Grecia”, decía Platón con toda la humanidad antigua. Avancemos un paso más, y veremos que todos los hombres superiores, impulsados a romper el yugo de una moral cualquiera y a proclamar nuevas leyes, cuando no estaban verdaderamente locos, no tuvieron más remedio que tornarse tales o fingir la locura.

Lo mismo les ha ocurrido a los innovadores en todas las esferas, y no tan sólo a los de las instituciones sacerdotales y políticas. Los mismos innovadores de la métrica poética se vieron obligados a acreditarse por medio de la locura. Hasta en épocas muy equilibradas, la locura se ha dejado a los poetas como por una especie de convenio, y Solón se valió de ella cuando inflamó a los atenienses para conquistar Salamina. “¿Cómo se vuelve uno loco cuando no lo es ni tiene el valor de fingirlo?”. Casi todos los hombres eminentes de la civilización antigua se han hecho esta pregunta; y se ha conservado una doctrina secreta, compuesta de artificios y de reglas, para conseguir este fin, al par que se conservaba la convicción de la inocencia y hasta de la santidad de semejante intención o de semejante ensueño. Las fórmulas para llegar a ser médico entre los indios americanos, santo entre los cristianos de la Edad Media, adivino o taumaturgo en otros pueblos, son las mismas en cuanto a los preceptos generales: ayuno continuo, abstinencia sexual constante, retirada al desierto o a una montaña o a lo alto de una columna, o bien permanecer “ junto a un viejo sauce a orillas de un lago”, y sobre todo esto el precepto de no pensar más que en lo que puede producir el arrobamiento y la perturbación del espíritu. ¿Quién osaría echar una mirada al infierno de las angustias morales, las más amargas y más inútiles, en que probablemente se consumieron los hombres más fecundos de todas las épocas? ¿Quién se atreverá a escuchar los suspiros de los solitarios y los extraviados? “¡Dios mío, otorgadme la locura, para que acabe de creer en mí mismo!¡Dadme delirios y convulsiones, horas de lucidez y oscuridad repentinas; aterrorizadme con escalofríos y ardores como ningún mortal los experimentó; rodeadme de estruendos y fantasmas; dejadme aullar y gemir y arrastrarme como una bestia, con tal de que alcance la fe en mí mismo! Me devora la duda; he matado la ley, y la ley me inspira el horror que a los vivos un cadáver; sino logro elevarme por encima de la ley, seré el mayor réprobo de los réprobos. El espíritu nuevo que late en mí, ¿de dónde viene sino de vos? Probadme que os pertenezco, potencias divinas. Sólo la locura puede demostrármelo”. Este fervor alcanza con mucha frecuencia la meta deseada. En la época en que el cristianismo dio las mayores pruebas de su fecundidad multiplicando los santos y los anacoretas, había en Jerusalén grandes hospicios de locos para los santos náufragos, para los que habían sacrificado el último vestigio de su razón.

Nietszche


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